martes, 21 de noviembre de 2017

Debatir

Debatir, con ser arte noble y necesario, no siempre sirve para entenderse.
Como duelo, puede resultar vivificante, si es franco y limpio, o solo perturbador, si cultiva la humillación como trofeo. Hay quien debate para comprender, o para estar cerca, o para entretenerse; y quien lo hace para aplastar y anotar tantos en la más bien mezquina contabilidad del ego.
  

Debatir es a veces un juego, como la esgrima: todos necesitamos medirnos, y en toda interacción hay siempre algo de pulso. Al fin, llevamos en nuestra naturaleza rivalizar y competir. Como venía a decirnos Simmel, pocas relaciones más íntimas que la lucha. Llegaba a afirmar que sin luchas ocasionales la mayoría de las relaciones resultarían insoportables. Los duelos con palabras no son una excepción, y han sido practicados asiduamente, desde las competiciones de alardes a las lides de rap. Tienen mucho de arte.  

Pero otras veces los debates se alambican y son un modo de aguijonearse y de lanzar dardos envenenados. Algo de eso tiene el cinismo. En la pareja, particularmente, se dirimen a menudo los duelos más feroces. Tal vez porque es donde estamos más cerca, y donde nos jugamos más. Lástima que se llegue a puntos en que cada palabra puede ser un abismo imperdonable.

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