miércoles, 20 de diciembre de 2017

Convencer

Dicen que es mejor convencer que vencer.
Sin duda. Cuando se trata de enfrentar posturas, es preferible el acuerdo que la imposición. Pero los acuerdos, como las gemas, son preciosos y raros. 

    Requieren, al menos, una buena predisposición por ambas partes, es decir, acudir al encuentro priorizando el acercamiento de posiciones y contemplando la posibilidad de ceder. Para ambas cosas hacen falta lucidez ―que entienda que el acuerdo es el único modo de ganar todos― y generosidad ―para admitir que el otro conquiste su propio triunfo, cuando lo preferiríamos sometido al nuestro―.

Pero no basta con eso. Tampoco basta con esgrimir buenas razones: los argumentos son terriblemente maleables, como sabían bien los sofistas. Persuadir es un arte, y dichosos los que lo dominan, porque tendrán más probabilidades de salirse con la suya, o sea, de alcanzar un acuerdo más ventajoso. En el estira y afloja de la discusión entrevemos el brillo de aceros de la lucha. Incluso cuando se cede, incluso cuando se alcanza un acuerdo, convencer es vencer.

Y ni siquiera entonces está acabada la tarea. Un pacto es una declaración de intenciones, no una garantía. En su aplicación concreta, casi siempre, habrá también un pulso. Y ahí también se tratará de vencer. 

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