domingo, 17 de diciembre de 2017

Educar

Educar, para el docente, es una tarea moral porque se propone guiar al aprendiz hacia lo mejor.
Y no solo eso: tiene la responsabilidad de procurarle lo necesario para la vida. Ser mejor y capaz: ¿no es eso lo que desearíamos todos para nuestros hijos?

¿Por qué resulta, entonces, tan difícil? ¿No bastaría con ofrecer buenos modelos, instaurar los buenos hábitos y corregir los malos, promover un ambiente estimulante y seguro manteniendo una actitud exigente pero afectuosa? Sí, bastaría; pero, ¿cuál de esas cosas no es difícil? Porque para todo ello hace falta criterio, energía, coherencia, paciencia, perseverancia, y una firme complicidad con la parte del alumno que ansía aprender. ¿Quién tiene siempre todo eso? ¿Quién no flaqueará a veces, quién no incurrirá en contradicciones, quién no dudará de sus principios? ¿Quién no sufrirá altibajos en los complejos equilibrios de la disciplina, la implicación emocional, las preferencias personales?

Al profesional se le añaden las presiones del contexto: de lo que exigen las instituciones, de lo que reclaman los padres, de las dificultades propias del trabajo en equipo. Sí, educar es una tarea delicada y compleja, repleta de sinsabores y satisfacciones, y cuyo fruto a veces tarda en madurar. Agotadora: fascinante.

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