viernes, 22 de diciembre de 2017

Errores y defectos

Equivocarse no solo revela lo mucho que tenemos por aprender:
también cura, por lo mismo, nuestros sueños de omnipotencia. «Todos somos aprendices, la vida no da para más», dicen que dijo Charles Chaplin; la tolerancia es lo menos que podemos brindarle a esa precariedad de nuestra naturaleza.

Pero los errores poseen una poética menos obvia y más interesante. Equivocarse es un resquicio afortunado por el que se cuela la creatividad: cuántas buenas ocurrencias no han surgido de fallos. Para captarlas, ninguna actitud peor que la rigidez. Al cuestionar saludablemente nuestro narcisismo, los errores mantienen abiertas ventanas de libertad. «Como misterio, el fracaso no es nuestro sugiere T. Moore; es un elemento del trabajo que estamos haciendo».

Algo parecido cabe apuntar de los defectos. Estos se establecen según juicios sociales de valor; nada menos objetivo. Cierto que solemos estar de acuerdo en rechazar lo que hace daño, pero incluso el grado de dolor depende a menudo del que lo siente, o no es para tanto, o resulta inevitable. El defecto, como el error, puede conllevar una ventaja inesperada: así funciona la evolución. El juego ético consiste en acercarnos a lo que nos falta (la virtud) a través de lo que tenemos (el defecto).

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