martes, 12 de diciembre de 2017

Remordimientos

El remordimiento, que es un mal ―una tristeza, diría Spinoza―, hace bien cuando nos recuerda nuestras responsabilidades.
El remordimiento es la memoria de una justicia pendiente, e insiste en que cumplamos con nuestra tarea. 

    Nos dice: lo que es tuyo, es tuyo, puesto que eres libre; también el daño infligido por error o por interés. Y no vale desentenderse, ni achacárselo a otros, ni alimentar la fantasía de que no haya sucedido.

A veces, sencillamente, no tenemos más remedio que corregir, o al menos admitir que eso sería lo justo. Alguien ha sufrido más de lo que le correspondía, para que nosotros sufriéramos menos, o para alimentar nuestro capricho. El remordimiento ―al mordernos― nos espolea para reequilibrar una balanza que nuestro abuso ha desnivelado en el trueque con los demás, traicionando el inveterado principio de equidad.

Vivido así, el remordimiento está de nuestra parte: de parte de lo correcto, de nuestra aspiración ética. Al restituir lo dañado, saldando las cuentas, suele dejar de importunar. Sin embargo, a veces insiste morbosamente y nos carga con las cadenas de la culpa, que es un tormento y puede devastarnos. La culpa pocas veces nos orienta, más bien nos somete y se lleva por delante la dignidad. Mantengámosla lejos.

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