¿Por qué la misericordia es una virtud? Porque es buena y
difícil. Porque no se otorga por merecimiento, ni por razones, ni por justicia.
Se dispensa a menudo contra ideas o normas, por pura generosidad, por esa
simple compasión que nos inspira la precariedad, la vulnerabilidad, la
contradicción de la vida humana, que vemos en los otros y sabemos en nosotros.
La misericordia
prefiere amar a juzgar. «Misericordia para todos», reclama Comte-Sponville.
Porque la vida es difícil y vamos a morir; porque los principios son fulgentes
pero fríos, cuando se toman al margen del temblor de la carne y la presencia.
Porque todos tenemos deseos y amores, que el mundo ignora o contraría; y
tesoros perdidos en la arena, y sueños que languidecen tras la niebla. El que
esté libre de pecado que tire la primera piedra: eso es una lección de
misericordia.
La misericordia nos recuerda que la ética es
una ardua tarea, que la motivación es compleja, y los actos humanos surgen de
una intrincada trama de equilibrios y vacilaciones. Somos seres sufrientes que hacen
daño al intentar zafarse del dolor. La misericordia vislumbra esa herida profunda
y le ofrece otra oportunidad. No reniega del deber ni necesita aprobarlo todo: le
basta con poner por delante a la persona.
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