sábado, 9 de diciembre de 2017

Rabia

Hay que sentir rabia, porque los otros no son siempre nuestros amigos.
A veces hay que convertir el dolor en querella, y devolverle al otro la parte que le toca del nuestro. Pero es difícil saber qué le pertenece a cada uno: todos tenemos una tendencia innata a darnos al razón, la tengamos o no. La rabia no está hecha para preguntar ni comprender, solo para defendernos. Por eso a veces es excesiva o ilícita, es decir, mala.

Es mala la rabia que convierte al otro en un chivo expiatorio de nuestras propias iniquidades. La que, como un espejo, se limita a desviar hacia los demás lo que nos corresponde, para evitar el dolor. La que se limita a reaccionar, como un movimiento reflejo, devolviendo ciegamente todo el daño que recibe. Nunca es justo ser humillado, pero a veces lo es perder, o ser reprendido, y entonces uno tiene que hacerse cargo de su dolor porque es tan suyo como la responsabilidad.

La rabia es un sentimiento antiguo que nos defiende y nos preserva. Pero a veces la usamos como arma arrojadiza, como coartada frente a una frustración. Eso nos limita y nos aísla. Y siempre hay que rechazar el enojo desmesurado, el que se enquista en forma de rencor, porque solo perturba y ofusca. Spinoza considera la rabia una tristeza: tampoco es una buena amiga.

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