Nos cuesta poco amar a la humanidad, ese amor abstracto
que los griegos llamaban ágape. Una
devoción tan afable como poco personal. En cuanto alguien sale del anonimato y
se desmarca de la multitud, las emociones toman partido. A veces amamos, otras
no.
Amar nos pide muchas
cosas, pero no reflexionar: nos basta y sobra con vivir. El amor, como dijo
Spinoza, es una alegría; cabe añadir: incluso cuando duele. Camus preguntaba si
la vida merece la pena de ser vivida: el que ama no entiende la pregunta. La vida
sin amor, en cambio, sería insoportable, tal vez porque, como apunta Fromm, solo
él nos salva de residir solos, recluidos en nuestra individualidad.
Pero cuando no amamos hay
que hacer algo al respecto. El rechazo es un desafío ético, lleno de candentes preguntas.
¿Por qué no queremos a esa persona? A menudo no lo sabemos; entonces tenemos
que inventarlo, destacando lo que en ella nos resulta molesto, sospechando
malas intenciones, coleccionando agravios cada vez más imperdonables… En general
se trata de excusas; su único pecado sería tomarlas muy a pecho. ¿Seremos capaces de no amar sin por ello tener que odiar? Como nosotros, los demás aman, sufren y morirán. Vive y deja vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario