Hay pensamientos que se quedan enredados en su propia trama;
a veces las ideas entran en bucle y no saben más que regresar a sí mismas,
obcecadas en reclamar respuesta a lo que no la tiene. La mente, como el juego de
la Oca, reserva estos laberintos que nos devuelven al principio y cuya única salida
sería quedarnos quietos.
Vernos prisioneros de
esas ideas repetitivas es tan aterrador que nos hunde aún más en ellas. Todo se
nos aparece exagerado hasta el desquiciamiento. Sin duda se trata de una
energía positiva que pide su oportunidad pero que no sabe librarse de la fascinación
de sí misma, como Narciso. Poco puede la lucidez racional: de nada sirve darles
vueltas, intentar resolver sus acertijos, esforzarnos por desentrañar su
esencia inexistente. Su naturaleza es paradójica, circular, y todo esfuerzo por
comprender los alimenta, los crece. Son vacío, son miedo en estado puro: miedo
indigerible, inasimilable.
Quizá se trate de rendirse:
aceptarlos y encogernos de hombros, sin buscarles respuesta. Abrirse a ellos y
darles la bienvenida. Entonces se calman, se ablandan, se iluminan, y nos
muestran su virtud: un deseo profundo, un fragmento de sabiduría, una
alternativa sugerente. Comprobamos, asombrados, que no era para tanto,
y que quedaba una puerta por donde escapar.
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