miércoles, 24 de enero de 2018

Sencillez

Si no le hurgamos demasiado, la vida es sencilla.
Todos somos parecidos, empezando por nuestras necesidades y nuestros motivos; complementariamente, también en los temores y las reticencias. Todos queremos seguir vivos y estar contentos; todos ansiamos que nos quieran y nos reconozcan. Pocas cosas más son imprescindibles.

Pero, si la vida es tan simple como parece, ¿cómo es posible que nos resulte tan complicada? Porque nos gusta creer que somos especiales. Nos regodeamos en el detalle y una vida compleja parece más importante. Lo imprescindible se nos queda corto: estamos hechos para querer siempre más, y por eso concebimos lo apetecible; deseos, por otra parte, que son cambiantes y contradictorios. Y, en fin, tropezamos unos con otros. ¿Cómo reducir a una fórmula el temblor íntimo, enmarañado, de cada aventura humana?

Si la vida es un juego, si somos condensaciones de la eternidad que se complace en la multiplicidad, ¿no será que el universo ha evolucionado hacia una complejidad creciente en la forma, sin perder su simplicidad de fondo? En cada individuo se repite, con nuevos detalles, la historia elemental de la vida: su aparición por azar, su anhelo de ser y sobrevivir y expandirse, su dolor y su agotamiento…

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