viernes, 19 de enero de 2018

Pasiones

La pasión tiene algo de locura porque interrumpe abruptamente nuestro autodominio.
Quedamos transitoriamente enajenados, incapacitados para ver y para juzgar, desposeídos del atributo humano de observarse y controlarse. 

    La pasión nos arrastra, y en este sentido no somos del todo nosotros, o al menos no somos los que solemos ser: domina en exclusiva nuestra parte refleja, irracional, ese caballo díscolo del que nos habla Platón en la metáfora del carro alado.

Para Platón, el caballo pasional debía ser contenido, domesticado, en beneficio del caballo racional. Los románticos vindicaban el valor del primero, su belleza fiera y arrebatada, su energía desbordante. Debemos admitirlo: nunca nos sentimos tan vivos como cuando manda la pasión; pero también debemos reconocer que nunca cometemos tantas tropelías, ni hacemos tanto daño, ni nos extraviamos por sendas tan peligrosas.

Las pasiones tienen su atractivo y su propia sabiduría: hay que dejarlas cabalgar. No podemos mantener siempre las riendas tensas. Pero tampoco nos conviene soltarlas. Aunque, deslumbrados, vayamos a tientas, seguimos caminando; uno tiene que mirar dónde pone los pies. La voluntad apasionada sigue respondiendo de su libertad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario