José Antonio Marina define el respeto como «el sentimiento
adecuado a lo valioso». Yo preferiría afinar, concretando en qué consiste ese
valor: opino que en la dignidad. Respetamos (cuando no lo hacemos desde la
imposición) lo que nos parece digno:
dignidad y respeto se entrelazan de modo circular e inextricable.
De modo
complementario, cuando no respetamos estamos negando la dignidad, o al menos
faltando a ella. Cuando humillamos, cuando maltratamos, cuando explotamos a
alguien, lo estamos tratando como un objeto: los objetos no poseen dignidad ni
derechos, y por tanto no les debemos respeto. Los
colonialistas europeos solían tratar como objetos a los indígenas; al negarles
un alma que consideraban esencia de lo humano, los desposeían de la dignidad y el
respeto que fundamentan el derecho: los despojaban de humanidad.
El respeto es, por otra
parte, más que un sentimiento: es un deber. Tenemos el deber de mostrar respeto
a todo lo que es digno, aunque sintamos desprecio, o antipatía, o cualquier
mala predisposición. El respeto, como la dignidad, es una decisión moral, y por
tanto normativa. Por eso existe un respeto debido a lo humano, por el hecho de
ser humano, que cada vez hay más acuerdo en extender a todos los seres vivos.
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