viernes, 16 de febrero de 2018

Altibajos

A veces nuestro ánimo naufraga en la penumbra.
Entonces nos contamos verdades tristes, o bien las inventamos. 

    Y la pena nos traspasa como una queda lluvia sobre la tierra, y pasamos unos días melancólicos y de ojos nublados y poca habla y mirada perdida, hasta que la apetencia del ánimo queda ahíta de melancolía y descubrimos de nuevo, pero como si fuera por vez primera, la sorpresa luminosa de la alegría.

¿Dónde reside esa vida secreta del ánimo que marca la inconstante luz de nuestros días? ¿Cuáles son sus leyes secretas? ¿Podría influir en él la voluntad? Desde antes de Freud sabemos que nuestra vida consciente es como la punta de un gran iceberg de trasiegos recónditos. Quizá no podamos ―y ni siquiera debamos― controlarla desde la conciencia. Nos queda, al menos, mandarle mensajes de intento y confianza.

Podemos armar una vida de mañanas claras y refugios sólidos. Podemos modelar los pensamientos y las actitudes, para que nos predispongan a la alegría. Limpiar la mente de prejuicios e ideas sombrías. Pedir poco y disfrutar de lo que tenemos, como recomendaba Epicuro. Aceptar, cuando no hay más remedio. Podemos hacer lo que nos da sentido y satisfacción: entregar lo que tenemos, cultivar lo que anhelamos. Resistir.

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