Aunque Sartre tenía razón, y siempre escogemos, esa
verdad resulta demasiado esquemática para dar plena cuenta de nuestra vida, tan
sujeta a condicionamientos y limitaciones, a contradicciones e ignorancias.
No siempre
escogemos el camino que queremos, sino más bien el que podemos. En el tiempo en
que debemos tomar nuestras primeras decisiones, sin saber que marcarán la directriz
de la vida entera, apenas disponemos de criterio. Lo inminente es sobrevivir, y
ya entonces es difícil.
La edad nos trae nuevas
perspectivas y nos corresponde replantear y rectificar. Es fácil reprochar a
nuestros padres, a nuestra educación, a la sociedad entera, el habernos
conducido erróneamente, pero, aunque fuera cierto, ¿de qué nos serviría? Poner
fuera de nosotros la inspiración de nuestro destino no nos libra de él. Es
mejor advertir cuán solos, cuán confundidos nos encontrábamos ante el mundo
cuando este nos requería las primeras respuestas.
Actuamos según nos indicaron
la intuición o la angustia: nuestro juicio era entonces demasiado rudimentario.
Y lo sigue siendo. La experiencia nos demuestra la insuficiencia de la razón
para hacer frente a la complejidad. Hay que pensar, pero sobre todo probar,
intentar, inventar. Sartre: «Un hombre es lo que hace con lo que otros hicieron
de él».
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