viernes, 9 de febrero de 2018

La niñez

No añoro mi niñez.
Desconozco si la mayoría de los niños son felices, aunque me permito dudarlo. Supongo que recordamos nuestra infancia con cierta nostalgia porque sentimos por el niño que fuimos la misma ternura que nos inspiran los niños que vemos. Además, siempre es más fácil olvidar lo sufrido, pues ya nos abruman bastante los sufrimientos actuales. 

    Pero si fuésemos más observadores, y más exigentes, con el recuerdo, apreciaríamos que toda la niñez es como debe ser el instante de nuestro nacimiento: una amalgama de sentimientos confusos al tomar contacto con un mundo áspero y tumultuoso que nos cuesta aceptar como nuestro, y en el que nos sentimos extraños e indefensos.

La infancia viene marcada por la dependencia. Ello conlleva estar en desventaja, sentirse impotente frente a la superioridad de los adultos. Si estos ejercen su poder con ternura y discreción, usándolo no para someternos sino para protegernos; si fomentan el nuestro y nos dejan crecer, tal vez tengamos la suerte de alcanzar la edad adulta sintiéndonos valiosos y capaces. En caso contrario, lo que habremos aprendido es nuestra incapacidad para afrontar el mundo, y nos dirigiremos a él temerosos y vacilantes. Entonces tendremos por delante la incierta tarea de reconstruirnos por nosotros mismos.

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