En tanto pretendamos negar alguna parte de nosotros,
permaneceremos incompletos, y no realizaremos nuestra verdadera naturaleza. Hay
que afrontar e integrar esas dimensiones de nosotros mismos que nos resultan inquietantes,
lo que Jung llamó la sombra.
Según parece, en los
arrabales de la vida, allá donde se tambalea la virtud y la vida pierde orden y
rigor, se manifiestan facetas de la naturaleza humana que generalmente
procuramos soslayar y disimular. El criminal, la prostituta, el asesino, el
ladrón, el drogadicto, el mendigo, todos ellos constituyen personajes arquetípicos
que llevamos dentro, y tienen un mensaje que traernos sobre nuestra propia
interioridad.
La verdad reprimida se nos
escapa de un modo u otro: por el trastorno psíquico, por el dolor de cabeza o
de vientre, por la úlcera y el cólico, por el infarto y el cáncer. ¿A qué
tenemos tanto miedo? Puede parecer que a los demás (potenciales enemigos,
represores tempranos, infierno original), pero yo creo que no, que el miedo
principal es a nosotros mismos, al monstruo que sabemos vivo, agazapado en el
fondo de la mirada que nos contempla desde el espejo. Es el buey feroz de la
fábula budista, que hay que domesticar para poder regresar montados en su lomo,
completos y serenos.
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