Nadie elegiría el sufrimiento. Pero, puesto que llegará,
hay que elegir bien nuestro modo de afrontarlo.
El padecimiento es, en
realidad, una escuela de vida. «El sufrimiento nos llama la atención sobre
lugares de los que normalmente no haríamos caso», afirma T. Moore. Sus dedos
hacen resonar nuestro ser con acordes nuevos y desconocidos. El sufrimiento nos
despierta, nos obliga a movernos, a renovarnos, a descartar parte de lo viejo
para hacer un lugar a lo nuevo. El sufrimiento nos curte, nos enseña, nos
empuja, nos modela, nos aporta nuevas perspectivas, nos amplía las dimensiones
interiores, nos hace más realistas y por tanto humildes, nos abre y predispone
al cambio...
Así pues, en lugar de
acallar el sufrimiento, ¿no deberíamos más bien darle un lugar donde
acomodarse, reverenciar sus mensajes sabios en un altar interior, confiarnos a
su acción transformadora? No hablo de buscar el sufrimiento, ni tampoco de
resignación. No hablo de valles de lágrimas. La vida es alegría. Hay que evitar
el dolor siempre que sea posible. Hablo, por el contrario, de esa entereza que
nos permite responder de frente al sufrimiento inevitable. Hablo de aceptación,
entrega, atención, disponibilidad. Hablo de estar presente y mirar de cara el
rostro a veces terrible de la vida.
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