sábado, 31 de marzo de 2018

Burlas

A quien quiera burlarse de mí no le faltarán motivos: que le aproveche, pero preferiría no enterarme.
La burla es una de esas circunstancias en que uno agradece discreción. Si uno se entera, se ve obligado a tomar partido. La bendita ignorancia, en cambio, nos mantiene en estado de gracia.

¿De qué me sirve la noticia de una burla? Solo para sentir disgusto y rabia: si se trata de alguien indiferente, me vería obligado a odiarlo; si ya hubiese antipatía, ahora habría más. Del amigo es de quien menos querría saberlo: todo lo que viniera solo empañaría la amistad.

Una cosa es merecer el ridículo y la mofa todos lo merecemos, aunque lo olvidemos cuando nos reímos de otros, y otra que se nos dediquen en efecto. La mera intención no nos vulnera: solo la acción humilla. Una opinión pertenece al que opina, mientras no la expresa; su publicidad la convierte en un hecho, y entonces hay que responder. La dignidad herida reclama ser reparada; por orgullo, por prestigio, pero quizá sobre todo por no sé qué imperiosa ley de simetría.

Mientras yo no sepa, mi inocencia me preserva: con su pan se coman las maledicencias. No quiero conocerlas. Lástima que siempre haya adalides de la verdad que nos las denuncian. Que se callen.

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