Preferiríamos un mundo simple de colores primarios: un
azul que jamás parezca verde, el amigo bien apartado del enemigo, el bueno del
malo, la alegría de la pena… Nos esforzamos por resaltar las diferencias para acentuar
la impresión de que conocemos mejor las cosas. Y casi siempre conseguimos
convencernos de esa ilusión, para nuestro alivio: un mundo catalogado es más previsible,
más manejable; más seguro.
Pero darle a la vida apariencia simple no la hace mejor. Ignorar los matices, en realidad, nos confunde. Un cambio
de perspectiva nos asombra porque nos revela otra dimensión; caemos entonces en
la cuenta de tantos errores cometidos por ignorancia. La persona que perjudicamos
no era tan culpable; el amigo al que adorábamos nos estaba traicionando; detrás
de lo que considerábamos maldad había, en realidad, desesperación. Nos
equivocamos muchas veces por mirar la realidad desde un solo lado, y por eso
hicimos daño y perdimos oportunidades: la ignorancia es temeraria.
Esos choques con lo
inesperado son escuelas de sabiduría. Invitaciones a ensanchar nuestra mirada y
admitir que el mundo es complejo y está lleno de matices; que siempre será más
de lo que creamos de él, y que una dosis de escepticismo es siempre saludable.
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