Elegir sería un acto trivial si no aspirara al acierto: optar por lo bueno, lo correcto. La libertad es por eso una tarea extenuante,
que intentamos ordenar mediante principios. La ética es la libertad hecha código.
Empezamos a construir
la ética con nuestras primeras elecciones. En ese tiempo de dependencia,
nuestros principios son heterónomos, heredados de la familia y la sociedad. Con
el tiempo las situaciones se hacen más complejas, y nuestro criterio más amplio.
Empezaremos a ser creadores de una moral (lo bueno y lo malo) y de una ética
(lo deseable, lo satisfactorio) personales.
Es el momento en que a las
normas hay que añadirles la ardua letra pequeña de las excepciones. A veces, estas
son tantas que hay que reformular la norma. No es fácil renunciar a las
decisiones que han guiado una buena porción de nuestra vida, y eso nos hace a
todos bastante conservadores. La incertidumbre puede empujarnos al abrigo de la
tradición, rindiéndole nuestra capacidad crítica. En la tierra de nadie somos
pasto fácil de las ideologías organizadas. También podemos desistir y
abandonarnos a un cinismo sin valores. En cualquier caso, como dijo Sartre,
todo eso también es elegir. Ya que estamos condenados a la libertad, mejor tomar sus riendas. Disfrutad del paseo.
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