El
humor nos ayuda a aguantar la vida y a soportarnos entre nosotros. Seguramente mejoraría también la filosofía: tal vez
ayudara a pensar de un modo más ligero, más fresco, más atractivo.
Lo cual sería
mucho, ya que lo arduo cansa, lo serio deprime, y lo árido aburre: tres
molestias que me encantaría ahorrarle al amable lector, que ya se las encontrará
de sobras en su vida, y evitármelas a mí mismo de paso, que soy mi lector más
asiduo que sepa.
Creo que Montaigne hizo un sincero esfuerzo
en esta línea. Empezó escribiendo para sí, como un modo de ordenar y enriquecer
ideas; y acabó escribiendo de sí mismo para los demás, aunque no lo
reconociera. Consiguió una obra sincera y amena como pocas, en la que podemos
mirarnos como en un espejo limpio de retóricas o alambicadas disquisiciones.
Marx reprochó a los
filósofos haber pensado mucho sobre la vida en lugar de esforzarse por
cambiarla. Nietzsche se propuso precisamente usar la filosofía como ariete,
como arma arrojadiza contra una sociedad caduca. Por eso decía que filosofaba a martillazos. ¿Por qué no intentar filosofar a carcajadas? O, si se
quiere, más modesto: a sonrisas. Cuando haya ánimo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario