sábado, 7 de abril de 2018

Compleja simplicidad

La evolución cuenta con una economía simple, implacable: lo que no sirve, desaparece.
Lo que no sirve: no necesariamente lo mejor. La vida es práctica, no moral. Va al grano y se limita a mirar por sí misma.

Es curioso que ese utilitarismo tan riguroso haya dado lugar a la complejidad humana, tan inútilmente alambicada. Los suspiros de amor y las partituras de Bach, al menos, son bellos, y tal vez la belleza ayude a sostener la vida. Pero, ¿qué mérito tienen las preocupaciones vanas, las ideas obsesivas o la depresión?

Si nos atenemos a la ley evolutiva, cabe especular que son o fueron útiles para algo que tal vez nos pase desapercibido. Preocuparse no hace feliz, pero ayuda a adelantarse a los problemas. Que luego dé lugar a otros nuevos, como las úlceras o el insomnio, ya es cosa de maña o torpeza. El arte es lo que suele marcar la diferencia entre lo adecuado y lo inoportuno.

Así, administrar bien la sencillez no es nada sencillo. En ello reside la complejidad de lo humano, un accidente evolutivo que ha dado para muchos triunfos y más fracasos. Somos lo que somos, y hacemos con ello lo que podemos. Tal vez logremos aprender de la naturaleza un poco de sencillez y pragmatismo. Y, ya puestos, de astucia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario