miércoles, 11 de abril de 2018

Simple pureza

Mal que bien, cada cual va tirando con su vida, que nunca es fácil y a veces cuesta lo suyo.
Hay retos que nos abruman, dolores que nos superan, pero ahí seguimos. Es como caminar por una cuerda floja convencido de que uno se caerá en el paso siguiente; y, sin embargo, inopinadamente, uno aún no se cae, y aparece un paso más por dar. Estamos hechos para sobrevivir.

¿Realmente necesitamos tanta autoayuda, tanta terapia, tanto asesoramiento? ¿O los consumimos por vicio, por una especie de glotonería de felicidad? Quizá no necesitemos ser tan felices como esperamos, y eso sea otro de los mitos con que nos alecciona esta sociedad que quiere que rindamos tanto.

Tal vez la clave de una vida satisfactoria no sea la felicidad, al menos en primer término. Quizá nos baste con una mera sensación de bienestar, un estado a la vez más arduo y más elemental: algo así como la armonía, la sensación pacífica de que las cosas están en su sitio, la aquiescencia que emana de sentirnos parte de un conjunto con sentido, de una gestalt. De ahí que para la mayoría ―los que no tenemos el don natural de encarar la vida con ese ánimo―, la serenidad y la satisfacción requieran un esfuerzo, tanto mayor cuanto más alejados nos encontramos de esa simple pureza.

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