domingo, 15 de abril de 2018

La feliz penumbra

La felicidad nunca nos parece suficiente porque la medimos bajo el criterio de los momentos mejores.
Nos resistimos a aceptar que esas situaciones tan intensas son excepcionales y no valen como pauta. Desde el momento en que las conocemos no queremos otra cosa, o más bien, todo nos parece insuficiente. Caminamos a tientas, deslumbrados, sin mirar dónde pisamos.

Buscamos revivir lo excelso, una pretensión tan legítima como imposible. Le imponemos la añoranza de lo excepcional a la tosca simpleza de los días. La vida está hecha de la sustancia tibia y frágil de lo familiar, es la parcela sinuosa de la penumbra cotidiana, que nos parece gris solo por comparación con los contados destellos de plenitud.

Hay que evitar que la añoranza de las cumbres nos pierda por senderos fatigosos que nos alejan de la sosegada alegría, la única capaz de durar: la de un timón bien guiado, una brújula firme en las volubles marejadas, y la rotundidad del mar. Fuera de la nostalgia ―que nos engaña hacia atrás―, fuera de la esperanza ―que nos confunde hacia delante―, está el territorio magnífico del presente: realidad palpable y luminosa, que no se atiene más que a sí misma, que no necesita señalar lo que no es para dar valor a lo que es.

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