El mejor remedio para la tristeza no es el pensamiento
positivo, que es solo una actitud y no siempre nos sale, sino la actividad, que
es una alegría en sí misma y casi siempre está en nuestras manos.
El mero hecho de actuar es tonificante de por
sí: un paseo, una llamada telefónica, ordenar la casa, una actividad creativa
pueden bastar para sacarnos del marasmo de nuestros lamentos. En parte, porque
nos distraen de los círculos viciosos de la mente, cambiando la perspectiva, y
a veces con eso es suficiente. Pero también porque hacen que nos descubramos
capaces, y nos salvan de la abrumadora sensación de la impotencia. Spinoza
señalaba que el ser se alegra al experimentar su capacidad para actuar.
Aún mejor será que nuestro acto forme parte
de un proyecto. Un proyecto es una fuerza que, como dice Marina, tira de
nosotros desde el futuro. El futuro, aunque no existe, nos sirve para convertir
el presente en tarea, y la tarea nos provee de expectativa y de sentido.
Y si, aun actuando, no
logramos zafarnos de la pesadumbre, siempre nos queda zambullirnos en ella y
considerarla una de las inevitables estaciones que debe atravesar el tren de nuestra
vida. Esto, a falta de suertes más radiantes, viene a ser pensamiento positivo.
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