Mal que bien, nos las
arreglamos para ir avanzando por la jungla cotidiana, y, aunque nos falta
empuje y nos tiemblan las manos, aunque no acabamos de verle el color al
paisaje, aunque nos inquieta ese páramo sombrío en que se ha convertido el
futuro, conseguimos llegar enteros a la otra orilla de cada día, la ribera de
las sábanas en las que nos desmadejamos agotados y agradecidos por la bondad de
haber salido ilesos una jornada más.
Y conseguimos mirar con esperanza lo que
no podemos mirar con confianza, y sacarle algo bueno a lo que nos desgasta, y
tolerar lo que no podemos amar. Y hasta a ratos nos reímos, y hasta sacamos
ternura para hacerle un comentario amable al conocido con quien nos cruzamos, y
hasta nos entregamos al trabajo con ilusión por hacerlo bien, y hasta
aguantamos estoicamente la furia con que el trabajo parasita nuestro tiempo, y
a veces hasta le robamos tiempo al tiempo para algún pequeño disfrute.
Aguantamos, a menudo con dignidad: somos héroes
cotidianos. Pero los esfuerzos no se hacen en balde. Un día que nos parece
igual que otro, que nos pilla con la guardia bajada y sin razón particular para
la inquietud, de repente nos falta el suelo bajo los pies y sucumbimos en un
pozo de infinita tristeza, y nos preguntamos, como Sabina, quién nos ha robado
el mes de abril.
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