El código del disfrute es simple: es la búsqueda de la
emoción placentera, tan próxima a la de la sensualidad.
¿Qué emociona? Lo peligroso controlado, como
en las montañas rusas, el descontrol sin peligro, como en el sexo; lo desafiante,
como en la seducción; lo inesperado, lo competitivo, como en el ajedrez.
¿Qué emociona? La excepción, la aventura, la
sorpresa, la ternura: como en el cine; el placer rendido y nuevo, como en el
primer beso; el escalofrío del agua fresca en verano, la calidez del abrazo en
invierno.
¿Qué es lo que nos amenaza en el disfrute? Lo
mismo que nos atrae: el desorden, la excepción, el exceso momentáneo. Al que
siente demasiado, la menor sensación le duele: es un espíritu en carne viva. Hay
quien desea tanto que no se atreve a disfrutar.
El ruido, la música, la
danza, ciertas sustancias… Nos desinhiben, transforman nuestra percepción, aflojan
el control, despiertan el juego y el bienestar elementales… Como la risa,
instauran un estado de excepción en la rigidez cotidiana. Los antiguos los
consideraban sagrados, y les reservaban un prudente temor. Ahora solo los
usamos para nuestra avidez y nuestra extravagancia. Paradójicamente, eso nos
hace más vulnerables: olvidamos su poder.
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