martes, 1 de mayo de 2018

Hermanos

Desde Caín y Abel sabemos que los hermanos son nuestros más directos rivales.
Con los hermanos hay que competir por el alimento, que es también la atención y el amor de los padres; y, a medida que crecemos, por el espacio para expandirse y ser uno mismo.

Freud veía en los hermanos el origen de la envidia, y tal vez no exagerara tanto. Para crecer, necesitamos abrirnos espacios ajenos a la familia, donde nuestro proyecto pueda germinar fuera de la sombra de hermanos y padres. En muchas culturas se prioriza al primogénito como un modo de concentrar los esfuerzos en uno de los descendientes. No es justo, pero hace más probable la supervivencia del legado. Lo malo es que también atrapa al beneficiado: todas las herencias ponen precio en el reparto de sus dones, así es como los muertos retienen una parte de los vivos.

Los hermanos comparten con nosotros buena parte de los genes: por eso la evolución nos quiere colaboradores. Pero la familia que nos protege también nos apresa. En nombre del amor se pueden colgar lastres insufribles, la tradición tiene siempre algo de traición. Es preferible que cada cual tenga oportunidad de explorar su propio camino, en vez de quedar condenado de antemano a una senda prefijada. Amor, luego libertad.

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