sábado, 26 de mayo de 2018

Tras el enamoramiento

El enamoramiento es un trueno, una sacudida
que, como el dolor que lo acompaña, nos despierta y nos hace cambiar de rumbo. 

    Soñamos con él con razón, pues pocas veces tocaremos así el cielo con la punta de los dedos; a costa, eso sí, de la pena y el desvelo. «Quien lo probó lo sabe», nos recuerda el enamoradizo Lope de Vega. Kahlil Gibran avisa que «así como el amor os da gloria, así os crucifica»; y, no obstante, hay que seguirlo, dejar que haga en nosotros su trabajo.

Pero tenemos que sobrevivir cuando termina. Por suerte, solemos hacerlo casi sin querer, lo cual demuestra que somos más fuertes de lo que creemos. Como en el duelo, al principio parece inconcebible que haya un mundo más allá del paraíso perdido; pero el tiempo disipa la niebla y restituye el paisaje. Un panorama que tal vez nos parezca deslucido después de andar deslumbrados por la luz divina, pero que tiene algo de la palidez entrañable del hogar. 

Tras el desbarajuste de la excepción, toca el regreso a la sagrada costumbre, que nos repara, que nos abriga, que nos reequilibra con su cotidianidad de llama lenta, lánguida y humilde. Aquí nos separamos de Gibran y de casi todos los poetas: la genuina alegría es la de los días laborables. Ulises tiene que llegar a Ítaca, o perecer por el camino.

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