Hay frases que nos marcan porque expresan algo que estaba
madurando en nosotros y que de repente encuentra forma en ellas. Es distinguir con
nitidez lo que intuíamos, y convertirlo en instrumento, porque las ideas solo
funcionan cuando se articulan en palabras: el pensamiento cristaliza en el
lenguaje.
Los poetas y los filósofos son artistas de
esas gemas del pensamiento. Algunos de sus logros merecen la universalidad, son
artefactos perfectos. Ni siquiera el desgaste del tópico logra deslucirlos apenas. «Solo sé que no sé nada», «No te bañarás dos veces en el mismo río», «Conócete
a ti mismo», «Pienso, luego existo», «Lo que no me mata me hace más fuerte», «El hombre es lo que hace con lo que hicieron de él»… Cada una de esas
sentencias es portavoz de un universo de ideas, es un cartel indicador de la
ruta de la sabiduría, es una invitación a ensanchar la perspectiva y a intuir
un poco más de verdad. Hay que revisitar esas frases de vez en cuando y siempre
se les encuentra, como a las grandes obras, un matiz inesperado.
Pero también podemos hallar
esa grandeza en la afirmación sencilla de un viejo o en un refrán popular. La
sabiduría, para quien presta atención, aguarda siempre a la vuelta de cualquier
esquina.
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