martes, 26 de junio de 2018

Retirarse, aguantar

El miedo, que tantas veces nos hace estúpidos, tiene su propia inteligencia:
muestra, para empezar, que algo en nosotros sabe de cosas que nos sobrepasan. Inmolarse es siempre una opción, y de muy buena prensa en la moral heroica, aunque de poco recorrido. Y no hay nada más patético que una inmolación inútil.

El miedo nos preserva de la resistencia patética. A veces hay que rendirse para no perder. Nada más grato para el antagonista que recordarnos, aplastándonos, nuestra condición de insectos. Se lucha para ganar, o cuando no hay otra vía para la dignidad. Pero no hay nada indigno en reconocer la superioridad del otro. En tal caso, lo propio es tener miedo. Y rendirse, tal vez.

Pero en otras ocasiones la resistencia es una fuerza, o el camino a la fuerza. A veces la superioridad no está tan clara, tiene sus grietas, se sustenta sobre pies de barro. A veces rendirse no es una opción, porque conllevaría perder demasiado, o perderlo todo: hay quien se inmola rindiéndose.

Ahí resistir vale la pena, incluso si concluye en derrota. Ahí hay que sobreponerse al miedo y estar dispuesto a aguantar hasta sucumbir. Dicen con razón que el coraje no es no tener miedo, sino seguir adelante con el miedo a cuestas. Cuando vale la pena.

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