domingo, 22 de julio de 2018

Disculpas

¿Por qué nos cuesta tanto pedir disculpas?
Porque la disculpa es el reconocimiento de una conducta fallida, quizá transgresora, y eso ya es una merma de prestigio; pero sobre todo porque implica una pérdida mayor: un déficit de poder.

La asunción pública de una ofensa enfatiza la ofensa, le confiere entidad, la confirma como hecho. Y los hechos nos atrapan. Mientras no se reconoce, el problema aún puede parecer dudoso, o ajeno: «yo no quería decir eso, lo interpretas así porque eres rebuscado y perverso». Si no te pido perdón, no soy yo el responsable de la ofensa, sino tú de sentirte ofendido. En cambio, al pedirte perdón, admito que mi intención no era inocente, me someto a tu juicio y a lo que decidas hacer con él. La negación me protege, la afirmación me expone. Tras una disculpa ya no puedo huir; sabes más de mí, pongo en tus manos mi vulnerabilidad y con eso me hago más vulnerable.

Una disculpa es en principio una debilidad. Quizá por eso, Spinoza consideraba el arrepentimiento una tristeza. Sin embargo, desde una ética de la verdad, la disculpa nos fortalece. Pedir perdón es un acto de coraje. Nos reafirma ante el mundo. Proclama que nos sabemos mucho más que nuestros errores.

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