miércoles, 4 de julio de 2018

Riesgos y fracasos

A veces vale la pena correr riesgos, y a veces hacerlo sería descabellado.
Hay que saber distinguir lo valioso de lo caprichoso, y una buena pista para hacerlo es la gente que nos rodea: los que dependen de nosotros y pagarían nuestro fracaso, en especial los que amamos. Ante el peligro, la cuestión no es lo que se gana, sino quiénes ganan o pierden.

En general no amamos los riesgos, y hacemos bien. Somos conservadores, y debe serlo quien algo tiene, pues debe defenderlo. Ya lo han dicho: vivir es perder. Pero a la vez nos motiva ponernos a prueba. Forma parte de nosotros explorar y conquistar. La frontera entre el arrojo y la temeridad es sutil, y a veces la confunde la ignorancia: la que nos lleva a despreciar el peligro o a sobrevalorar nuestras fuerzas.

En el juego de la vida, todos somos navegantes y todos estamos destinados al naufragio. Cada cual debería atenerse a sus posibilidades, pero, ¿cómo conocerlas si no las ponemos a prueba? Entonces, a lo que hay que atenerse es al riesgo. Ganar es fácil: tanto que a menudo ni siquiera sabemos valorarlo; fracasar, en cambio, nos cuestiona.

Cuando fracasemos, hay que pagar y aguantar. Esa es la entereza última que se nos pide.

No hay comentarios:

Publicar un comentario