Los antiguos
tenían mucha confianza en la voluntad, y cuando no les funcionaba les echaban
la culpa a los dioses. Hoy sabemos que nuestra voluntad, sujeta a montones de
condicionamientos y presiones, es más bien frágil.
Solemos saber lo que queremos,
o lo que querríamos querer, pero nos sirve de poco cuando se impone lo que
quieren los genes, los hábitos o los instintos. Por si fuera poco, ahí está el
contexto social para plantear sus propios requisitos, que más nos vale tener en
cuenta si no queremos quedar en mal lugar ante la tribu.
Como la voluntad
es el poder ejecutivo de la libertad, todas estas limitaciones implican que no
somos tan libres como nos gustaría creer. Ahí está, sin ir más lejos, la droga.
Y, sin embargo, aún lo somos, nos recuerda Sartre; al menos a veces, al menos
un poco…, lo suficiente como para que no tengamos derecho a parapetarnos detrás
del determinismo (¡Así es como soy!, o ¡Así es la vida!), y para que no podamos
renunciar del todo a la responsabilidad.
Nuestra voluntad
será endeble, pero es lo que tenemos para realizar el proyecto de nosotros mismos.
Podemos convocar a nuestro favor a los que nos quieren, y consultar a los que saben…
pero en última instancia a nosotros nos corresponde recorrer el camino. Y al hacerlo
lo abrimos, también, para los demás.
A quien está ahí, luchando...
Que me sirva de ejemplo.
A los que se abandonan o se rinden...
para que vuelvan a luchar.
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