sábado, 22 de septiembre de 2018

El consumo de la felicidad

Lo que era un blando sueño, una nostalgia de noches estrelladas, una excusa para la poesía, lo hemos acabado convirtiendo en un producto más de consumo,
de hecho en el producto por antonomasia. La felicidad se produce y se compra, y para ella se ha levantado una pujante industria con su red comercial.

El «hombre de rendimiento», como nos llama acertadamente Byung-Chul Han, permanece siempre intensamente activo: tiene prisa por producir y por consumir. Todo puede ser fabricado: solo se trata de utilizar los ingredientes adecuados, seguir los procedimientos establecidos y, por supuesto, hacerlo según las fórmulas decretadas por los especialistas. La felicidad aguarda en los escaparates, envasada y a punto para ser adquirida, como los productos de un supermercado. Conseguirla es una mera cuestión de voluntad: quien no la gana es porque no trabaja, quien no la compra sea en libros de autoayuda, terapias o gurús es porque no quiere.

La infelicidad, por su parte, es una opción reprobable, propia de indolentes o faltos de criterio. Lo menos que pueden hacer los infelices es sentirse culpables por improductivos, y apartarse para no entorpecer la ocupación de los demás con sus lamentos estériles. Un hombre del rendimiento tiene el deber de ser feliz.

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