domingo, 30 de septiembre de 2018

Misticismo ateo

Hay quien me ha tildado de místico,
y creo que con acierto, si atiendo al sentido etimológico de la palabra, que alude al misterio, a lo oculto, y a los sentimientos que nos suscitan: admiración y temor. 

    En este sentido, todos tenemos algo de místicos, cuando contemplamos el mundo y la existencia como un misterio que nos encandila, nos abruma, y, como todo lo inmenso y lo ignoto, nos aterroriza. El misticismo podría ser un modo reverente y embelesado de situarnos ante esa cosa asombrosa, enigmática, que es la existencia.

¿Se puede ser místico y ateo? ¿Místico y racionalista? Creo que sí. Porque una cosa son las convicciones, fruto de la reflexión y el conocimiento, y otra las emociones, que nos conectan más que nos acercan a la realidad, que tienen más que ver con la intuición y la conmoción. Yo miro el mundo a mi alrededor y no sé vislumbrarle ninguna trascendencia platónica, ni para sostenerlo ni para justificarlo. Todo lo que veo en mí y en el mundo es materia, sometida a unas leyes físicas que hemos empezado a explicar mediante la razón. Pero a la vez puedo sentirme fascinado por esa maravilla que me rebasa, y dedicarle una reverencia asombrada en mi interior. El religioso pone nombre a ese asombro y le inventa explicaciones: yo me quedo en él.

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