En 2008, circuló por Londres un autobús con ese eslogan: «Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de tu vida». Valiente,
casi épica iniciativa de un movimiento que promueve la consolidación social del
ateísmo, aún arrinconado por el inmenso poder y el agresivo empuje de las
religiones.
La religión florece al amparo del miedo que
nos suscita la incertidumbre. Por lo que respecta a asuntos tan impactantes
como el sentido de la vida, el desamparo individual, el sufrimiento y la
muerte, la mayoría de la gente prefiere, al contrario de lo que cantaba Javier
Krahe, aferrarse a una mala respuesta a caminar con una duda. Si además la
respuesta se viste de ritos y ceremonias que engarzan en una comunidad, la religión
nos ofrece un cálido abrigo al que es difícil resistirse.
Sin embargo, a poco que reflexionemos, los
confusos dogmas religiosos no se sostienen. Nada de lo que percibimos alude
claramente a la existencia de dimensiones inmateriales ni seres superiores ex machina, ni los requiere para ser
explicado. Por lo que parece, todo está aquí. De ahí el acierto del eslogan: niega
desde la probabilidad, como hace la ciencia, y con ello se muestra superior a
las afirmaciones religiosas, que afirman ciega y arbitrariamente lo improbable.
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