domingo, 21 de octubre de 2018

Clases sociales

El franquismo implantó ese engendro maquiavélico que fueron los sindicatos verticales:
no había dueños y siervos, capataces y subordinados, sino un gran conjunto de individuos que trabajaban codo con codo por un bien común, más allá de sus diferencias o de sus intereses enfrentados. Como en un hormiguero.

Hoy habitamos un gigantesco hormiguero mundial, en el que el neoliberalismo ha diluido las diferencias y prevalece un supuesto interés común que beneficia a todos. El rico (sea un individuo, un grupo o un país), que prospere; el pobre, que apechugue y espabile. Se respeta que cada cual llegue tan lejos como pueda: se respeta tanto, que se va adelgazando lo público para entorpecer lo menos posible a lo privado; y ya no es hora de proteger ni redistribuir, sino de dejar hacer. Nos han robado el Estado del bienestar como si hubiese sido un privilegio anómalo, abusivo, contraproducente.

Es evidente que la desregulación, la ausencia de límites, beneficia al fuerte y perjudica al débil. Aun así, lo hemos olvidado, y transigimos con ese feliz mundo global regido por la ley de la selva. Un mundo vertical en el que también lo hemos olvidado ya no cuentan las clases sociales. Pero eso no impide que sigan existiendo: avivemos la memoria y abramos los ojos.

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