viernes, 23 de noviembre de 2018

Acudir al dolor

Lee Holloway, la protagonista de la película Secretary, se inflige heridas cuando la invade la angustia.
Solo consigue amar cuando encuentra a un hombre que la releva y se encarga de hacerle sufrir
de modos menos sangrientos, más bien simbólicos

    Solo consigue hacer algo por sí misma al desistir de esa seguridad que encontraba en el masoquismo a cambio de someterse al poder de un sádico. Curiosamente, la pareja funciona, y nos resulta verosímil. Tal vez esa relación complementaria esté más extendida de lo que parece.

Nos horroriza la desesperación sin nombre, el dolor que no puede identificarse y al que no se le ven límites. Por eso, ante la angustia, siempre nos queda el refugio del padecimiento: al menos, el dolor es palpable, es previsible, tiene principio y fin. Paulo Coelho también propone, en una de sus novelas, sustituir la desazón mental por un dolor físico, como clavarse las uñas en las palmas de las manos: el sufrimiento parece así identificable y controlable. 

No se trata de una invitación al sadomasoquismo, sino de una paradójica recuperación de la sensación de control. Muchos nos comportamos así a veces: mejor sufrimiento conocido que alegría por conocer. El dolor se sabe dónde termina, la alegría es incierta e ignoramos por qué caminos nos llevará.

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