Una cosa inesperada es una curiosidad. Pero un aluvión de
hechos inesperados formaría una pesadilla.
Tal vez la locura sea una
incertidumbre a la que no se le ve el final, como en esos espejos que se
reflejan mutuamente hasta el infinito. Una confusión sin asideros, un tumulto
sin cuartel, una penumbra sin forma. Tal vez el loco no logre descifrar el
espectáculo del mundo. ¿Es soportable la extrañeza absoluta? ¿Podemos aguantar
por mucho tiempo una visión sin sentido?
En realidad, quizá no haga falta ir tan
lejos: lo raro, lo excepcional, lo frágil es la cordura. La cordura es una
convención que la mente da por buena para poder sostenerse sin naufragar.
Detrás de una convención solo hay otra convención. Nuestra perspectiva del
mundo es un compromiso entre lo arbitrario y lo deseable: sus términos
concretos forman parte del legado cultural. Así que nuestra mente, en su mayor
parte, no es nuestra: ese es el precio que hay que pagar para mantenerla a
salvo de la locura.
Habrá una frontera a partir
de la cual el caos es intolerable. Podemos soportar un cierto grado de amenaza:
más allá, el terror supera nuestras fuerzas. Asentamos nuestra seguridad en un
mundo inventado: por eso es tan insegura. Los locos inventaron demasiado.
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