miércoles, 28 de noviembre de 2018

Valor de la desesperación

La desesperación también da fuerzas.
Aparta lo trivial y se centra en lo que cuenta. Nos hace temerarios con nuestros temores, y tal vez sea esa la única forma de coraje que tenemos a mano. Aun tratándose de un valor ciego y atolondrado: de la temeridad siempre salen nuevas trabas, pero también aprendizajes inesperados.

Hay otra fuerza que nos brinda la desesperación, y es la de la huida. Cuando se nos está devastando, lo más sensato es huir. El orgullo, que suele actuar como fortaleza, es una debilidad amenazante cuando lo prioritario es sobrevivir. La desesperación nos libra del orgullo heroico, a veces tan iluso, y nos refuerza ese otro orgullo del superviviente, que se promete aguantar hasta que pase el vendaval, y cumple su promesa renunciando a correr riesgos inútiles.

La desesperación ya es una certeza, y eso demuestra una vez más que no hay nada que se nos haga más demoledor que la incertidumbre. El que ha desesperado, si no sucumbe del todo al tocar fondo, puede entregarse a la amarga quietud de la derrota, que permite planear la reconstrucción. «Lo que no me mata me hace más fuerte», anima Nietzsche: porque la fiebre remite, y cuando sale el sol no queda más que nuestra desnudez y la luz limpia de una nueva tarea.

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