La buena vida, como ya dijo Buda y luego muchos otros, es
cosa, al menos, de buen pensamiento y buena acción. La acción justa es más difícil
que el pensamiento acertado, pero sin él, ¿cómo la reconoceremos?
Pensar bien para vivir bien: eso es, o debería
ser, la filosofía. Como dice Comte-Sponville, ¿para qué queremos una filosofía
que no nos ayuda con la vida y con la muerte? Ese era también el propósito de
Montaigne.
¿Y qué es pensar bien? Yo creo que tiene algo
relacionado con el orden, algo topográfico: que las ideas sean claras y que
estén en su sitio. Eso ayuda mucho para el siguiente paso, que es urdirlas de
un modo adecuado, un modo que sirva para volcarse en la realidad y transformarla
―o
transformarnos nosotros, lo cual viene a ser lo mismo―. Esa composición de
relaciones, aunque eche mano de la lógica y la razón, no es solo racional:
tiene mucho de intuición y creatividad; también de hábito: la historia condiciona
sin avisar. Por eso debemos ser tan cautos con nuestras convicciones.
Pensar bien para vivir
bien. Hay que preguntarse siempre: ¿cuál es aquí el enfoque correcto? ¿Cómo evitar
engañarme, dejándome arrastrar por el miedo, la ira o la ilusión? ¿Qué mapa me
llevará a buen puerto? Y luego, por supuesto, caminar.
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