martes, 13 de noviembre de 2018

Los que nos dañan

Los que nos dañan quieren humillarnos.
Hurgan con su daga en nuestro espíritu para someterlo. El dolor puede ser una argolla: quien resiste no rinde su serenidad. No se la entreguemos, pues, a quien no nos quiere.

Todo el mundo merece compasión, pero no estima. Al menos, no el reconocimiento que se guarda hacia quienes nos ganan y nos demuestran grandeza: incluso como enemigos. Hay enemigos dignos como un hermano: hay que honrarlos, puesto que podríamos amarlos. Otros, en cambio, se arrastran en el barro de sus mezquindades y nos salpican con él. Merecen nuestra pena, pero no nuestra veneración.

Algunas personas son de vuelo tan corto —¡y creen volar!— que es como si se arrastraran. Desprecian porque no pueden amar. Conspiran porque no tienen valor para plantar cara. A su manera, son poderosas, porque un día se aprovecharán de nuestra debilidad, o traicionarán nuestra confianza. Puede que arrasen nuestros campos o que nos roben la cosecha: ignorarán la satisfacción de ganar algo pagando lo que vale, o la de recibir la ayuda pedida como un don. Podemos negarles, al menos, esa última dignidad que es nuestra entereza. Podemos atenuar su dolor recordándonos lo hueco de sus golpes. Vayan en paz y que nos crucemos poco.

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