sábado, 3 de noviembre de 2018

Miradas

Hay miradas que no sabes si amar o temer,
miradas que nos descubren y nos traspasan. La mirada tiene algo casi material, y así se creía antiguamente: nos toca, nos desnuda, nos sacude o nos conmueve.

La mirada nos confiere carta de existencia. Necesitamos ser vistos por quienes son importantes para nosotros, porque solo entonces estamos seguros de que nos tienen presentes, de que somos algo con forma propia en medio del tumulto de lo anónimo. Pero una mirada también es a menudo una amenaza: cuando nos llega de un enemigo potencial y en todos los desconocidos lo presiente nuestro instinto, cuando expresa rechazo, ira o envidia. Y, en fin, algunas miradas son como surtidores de vitalidad, que riegan de luz el mundo, o légamos de pena en los que podríamos naufragar.

Somos expertos lectores de miradas, por la cuenta que nos tiene, y por eso tropezar con una mirada ambigua nos inquieta. ¿Expresará una tristeza inclinada al abrazo, o una rabia que solo espera la ocasión de verterse en crueldad? O tal vez varias cosas, porque las personas somos múltiples y contradictorias, las personas somos una muchedumbre de personajes que confluyen en ese enclave al que damos nuestro nombre. Lo que la mirada no siempre dice es cuál prevalecerá.

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