Hay gente que hace más fácil la vida de los demás, y va
dejando a su paso una estela de bondad, como un perfume de armonía. Es ante
todo amable y comprensiva. Colabora, muestra buena voluntad, procura ayudar, no
pide para sí más de lo que está dispuesta a dar; miente lo justo, casi nunca
acusa, sonríe y a veces te da un abrazo.
Hay gente, en cambio, que nos complica la
vida, que la hace más difícil y más amarga. Podemos hundirnos en ellos como en un
pozo, confundirnos como en un laberinto, estamparnos como contra un muro. A
duras penas pueden consigo mismos, así que se dejan caer en los demás. Ven
maldad donde solo está su temor, culpa ajena donde ellos no se hacen cargo de
sus responsabilidades. No necesariamente son malos, pero para prevenirse no
dudarán en acusar a los demás. Matan la dulzura con su zumo agrio, mienten para
no afrontar la verdad, niegan para adelantarse a lo que les puedan negar.
Comprenden poco y perdonan menos.
Hay gente que es un jardín
por el que pasear y gente en la que uno puede naufragar como en una galerna. Hay
gente para todo, y no tengo nada en contra, pero, ¡qué a gusto se está junto a
la fogata del bondadoso, y qué difícil es respirar entre los humos del infame!
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