martes, 11 de diciembre de 2018

Verdad emponzoñada

Hay que escuchar a quien nos quiere
incluso cuando se equivoca, porque el amor siempre tiene algo de razón; tal vez, en el fondo, no haya más razón que el amor.

En cambio, no está tan claro que haya que escuchar a quien no nos quiere, incluso cuando acierta: porque también la maldad es un acierto cuando nos da de lleno en el corazón. ¿De qué nos sirve una verdad que se nos lanza como arma arrojadiza, con la intención de dañarnos? Como si se tratara de una serpiente, lo primero que habrá que hacer es ponerse a salvo de ella, luego devolverla educadamente, no sea que se le pierda a su verdadero amo y vaya causando estragos por el mundo. Y si al final logramos ponerla a buen recaudo y estamos seguros de no hallarnos al alcance de su ponzoña, tal vez podamos meditar sobre lo que pueda enseñarnos, aunque no hay que esperar mucho de lo que fue concebido con el mero ánimo de dañar.

La verdad es a menudo maleable hasta rozar la mentira, y siempre es mentira una verdad que solo hiere: porque traiciona a la persona y a la vida, que son las verdades supremas. Una verdad envenenada no vale la pena, porque su dolor no nos educa, solo nos lastima. No nos pongamos al alcance de quien pretende lacerarnos con sus verdades: siempre hay otras mejores.

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