Hay que escuchar a quien nos quiere incluso cuando se
equivoca, porque el amor siempre tiene algo de razón; tal vez, en el fondo, no haya más razón que el amor.
En cambio, no está tan claro que haya que
escuchar a quien no nos quiere, incluso cuando acierta: porque también la
maldad es un acierto cuando nos da de lleno en el corazón. ¿De qué nos sirve
una verdad que se nos lanza como arma arrojadiza, con la intención de dañarnos?
Como si se tratara de una serpiente, lo primero que habrá que hacer es ponerse a
salvo de ella, luego devolverla educadamente, no sea que se le pierda a su verdadero
amo y vaya causando estragos por el mundo. Y si al final logramos ponerla a
buen recaudo y estamos seguros de no hallarnos al alcance de su ponzoña, tal
vez podamos meditar sobre lo que pueda enseñarnos, aunque no hay que esperar
mucho de lo que fue concebido con el mero ánimo de dañar.
La verdad es a menudo
maleable hasta rozar la mentira, y siempre es mentira una verdad que solo hiere:
porque traiciona a la persona y a la vida, que son las verdades supremas. Una
verdad envenenada no vale la pena, porque su dolor no nos educa, solo nos
lastima. No nos pongamos al alcance de quien pretende lacerarnos con sus
verdades: siempre hay otras mejores.
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