viernes, 21 de diciembre de 2018

Insistir en la alegría

Somos infelices porque nos acostumbramos demasiado deprisa a la alegría
y dejamos de verla. Alguien ya dijo que engullimos de un trago la felicidad y en cambio mascamos lentamente la desdicha.

No tenemos remedio: fuimos programados para mantenernos alerta, para notar la espina antes que la caricia. Quizá ni siquiera estemos hechos para la dicha, o al menos para detenernos en ella. Es comprensible: el disfrute puede dejarse para otro día, en cambio un peligro nos amenaza de inmediato. Por eso deberíamos estar siempre de parte del gozo, dado lo mucho que escasea. «La felicidad se bebe fresca ―hace decir R. Rolland a su Colas Breugnon―; el fastidio puede esperar.»

Ya que hemos sido dotados con tan mala memoria, deberíamos procurar repetirnos las razones que tenemos para la alegría, en lugar de darlas por sobreentendidas. El regocijo no tiene nada de obvio: lo bueno es siempre la excepción. Para comprobarlo, basta con que echemos un vistazo a nuestro alrededor. Si contamos con buena salud, si hay quien nos ama, si no nos falta nada esencial, lo cierto es que somos muy afortunados. Tenemos que recordárnoslo una y otra vez, plantando cara a esa morbosa parte de nosotros que solo tiene ojos para las contrariedades.

No hay comentarios:

Publicar un comentario