sábado, 5 de enero de 2019

Conocimiento y control

Nuestra
tendencia a buscar explicaciones tiene una vertiente casi existencial: el mero hecho de entender una cosa nos tranquiliza. 

    Comprender es un modo simbólico de sentir que la realidad es previsible y, por tanto, más o menos controlable; que seguramente podremos arreglárnoslas con el mundo, puesto que, al fin y al cabo, como decía Rilke, «no está contra nosotros». Quizá la locura consista en lo contrario: la dimisión de la razón, la renuncia a un mundo entendible y, por tanto, el naufragio en un caos que nos sobrepasa.

La necesidad de entender tiene, pues, algo de perentorio y angustioso. En distintos grados: puede que conocer las estrellas despierte nuestra curiosidad, pero lo que nos urge es saber si nuestro vecino es peligroso. Cuando la comprensión no es posible, la fantasía la reemplaza con creencias. O con obsesiones: una idea obsesiva es una manera simbólica de sentir que, ya que no comprendemos, al menos nos mantenemos vigilantes. Los actos compulsivos también crean simbólicamente la ilusión de control: lo que nos da seguridad es, precisamente, el hecho de que sean actos repetitivos, en cuya secuencia no cabe la temida novedad de lo imprevisto; pero a cambio tenemos que pagar con la inseguridad de no poder controlarnos a nosotros mismos.

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