martes, 4 de diciembre de 2018

Sufro, luego existo

Las preocupaciones son un campo en el que la mayoría demostramos ser sumamente creativos.
Por bien que vayan las cosas, siempre podemos encontrar algo con que inquietarnos. La cuestión es tener la cabeza ocupada y no bajar la guardia. Alimentar un pathos trágico que nos mantenga alerta: cuando no por lo que pasa, por lo que pueda pasar.

Y es que, en fin, la vida está hecha de problemas; o, mejor dicho: nosotros estamos hechos para rastrear problemas. Comparados con los verdaderos dramas de la existencia, la mayoría de ellos son irrisorios. Pero cumplen, al menos, dos funciones: nos conservan activos y nos dan la sensación de sujetar con fuerza las riendas de nuestra vida. Mientras estamos en lucha, notamos que estamos, y que nuestra presencia no es del todo impotente. Sufro, luego existo.

«Nada es más difícil de soportar que una sucesión de días hermosos», avisa Goethe. Sabemos qué hacer ante una dificultad, pero en la calma nos sentimos perdidos. El sagaz Schopenhauer lo reafirma: «una vez que el existir está asegurado, el viviente no sabe qué hacer con él». ¿Qué sería del deseo sin la frustración? ¿Y del sosiego sin la turbación? Somos virtuosos de la inquietud, lo cual no tiene nada de malo mientras recordemos que «la situación es grave, pero no seria».

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