Pero
si no queda otra que seguir adelante, si la huida no es una opción, lo que
nos hace falta es coraje. Un valor inteligente, discreto, diligente y astuto.
La prudencia, en ese caso, también es necesaria, pero en forma de estrategia.
En el arte de la guerra, la prudencia consiste en la precisión a la hora de
medir las fuerzas: atenerse a las debilidades, aprovechar muy bien las
fortalezas; maniobrar sabiamente con lo que se tiene, procurando compensar lo
que no se tiene.
Pero
lo que en modo alguno puede escasear es coraje. Porque hace falta coraje para encajar
las derrotas sin que nos derrumben, y para lanzarse a la batalla a pesar del miedo
y la incertidumbre. Necesitamos coraje para que nos alumbre en la noche oscura,
cuando todo lo demás nos abandone. Para no sucumbir compadeciéndonos. Para recordar
que cada paso podría aproximarnos un poco más a la victoria. Por eso hay que
insistir en él y apuntalarlo, incluso cuando estamos perdiendo, sobre todo
cuando estamos perdiendo. Tener coraje ya es haber triunfado sobre nosotros
mismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario